jueves, octubre 30, 2008

la palabra como mecanismo de defensa

Cristian y Venezia.
Cristian: el joven de Venezia.
En mejores términos, era la tercera o cuarta persona con la que conviviría, en su casa y con una compañera de piso, como se le llama a este modo, no habitual en Argentina.
Como experiencia, tenía la de San Telmo, maravillosa experiencia en un hostel, donde amigablemente se duerme en habitaciones de 4-6-8 personas. (Son números pares por las camas del tipo cuchetas).
Todo me resultó bello.
Fui a buscar a un familiar con quién debíamos ir al Teatro, más tarde, a la noche. (más precisamente, a Serrat en el Gran Rex)
La persona que me recibió e indicó la habitación, al tiempo preguntó:
- Te vas a quedar?, hay una cama libre en esa misma pieza...
(Supuse que los hostel's eran nuevos modelos de albergue para gente muy joven, viajeros de diferentes países. Para los un poco más grandes, los clásicos hoteles).
De inmediato quedó liberado un prejuicio.
Cancelé la reserva del hotel, y decidí quedarme, el sitio era sumamente amigable, lejos, lejísimo del adusto comportamiento que imprimen los hoteles.
Con el dinero, (todo un tema aterrador en Argentina, que se padece desde muchos más años de los que tengo registrados). antes de salir me pregunté qué hacer con el dinero, prontamente responde la compañera de pieza:
- Deberías dejarlo aquí en la habitación, en la calle te pueden robar.
Hacía menos de 10 minutos que conocía a esta niña-conocida-desconocida, que así se expresaba.
Es decir, claramente, los ladrones están en la calle, aquí estamos nosotros.
Un signo más, liberando al prejuicio, y la invitación a compartir, desayunos, desvelos, internet, baños.
Más allá de esos dos días, que recuerdo, y en busca del mismo volví toda vez que viajé a Buenos Aires.

En España, sabía que conviviría, tenía como previa aquella experiencia y no me generó obstáculo alguno.

En Venezia,
Cristian y su lengua italiana.
Depender de un traductor es todo un tema, requiere disponibilidad de las partes, y como la misma expresión lo indica, dependencia en tiempo-espacio, con lo cual la charla no tendrá esto de espontánea y libre.
A las 2 horas, ya estábamos riendo, no sé de qué modo, entendía su risa italiana.
(Ya venía de entender a un niñito, refunfuñando en francés, camino a la escuela).

Cristian intentando con el español. Le hice algunas señas para explicarle que dejara de ocuparse del italiano, que lo comprendía, nomás no sabía hablarlo.
Y Cristian insistía en hablar español, buscaba y buscaba en su reserva, las palabras adecuadas, mientras hacía gestos, sonidos que ya lo perfilaban y me daban mucha risa.
Volvimos a vernos al día siguiente, en el almuerzo, del mismo modo, con gran intervención del traductor, quién adquiría un protagonismo sobrecargado: tenía que participar doblemente en la conversación, o con una función agregada.
(Muchas veces hacemos de traductores, aunque no tan concientemente cuando es en la misma lengua).
Más tarde ingresa a la escena, la compañera de piso, Elena, se puso a comer, cuando aún no habíamos abandonado la mesa.
Intentábamos todos hacerla participar, como base la risa, siempre a punto de estallar.
A poco los invité a fumar un marlboro al balcón, aceptaron Cristian y Elena.
En el balcón, (Venecia con paciencia y dejándose mirar), desde ese maravilloso balcón, soltamos la lengua, y... milacoro, en sólo unas horas, los tres estábamos hablando de cualquier modo, con gestos, con dedos, con muecas, y entendíamos todo.

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2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

y yo aca, sin desquiciarla por las callecitas de Roma, sin hacerle levantar vuelo en los puentes de Trastevere, ni mostrarle alguna esquina, pizzeria,detalle.. ( no que necesitara ayuda pero que lindo hubiera sido..). Yo sin mostrarle mis profundos y diversos amores

9:57 p. m.  
Blogger madreselva said...

y yo la abrazo en italiano, francés y español.
aprendí todos esos abrazos y besos nuevos.
:)

3:39 a. m.  

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